Las sustancias nocivas del tabaco (nicotina, monóxido de carbono, alquitrán, formaldehído, ácido cianhídrico, amoniaco, mercurio, plomo y cadmio) atacan la epidermis: el tabaco reduce la oxigenación de nuestras células provocando un adelgazamiento de la piel y una tez más grisácea típica de los fumadores. Al oxigenarse menos, la piel no logra obtener todos los nutrientes que necesita para protegerse: los radicales libres se multiplican provocando la oxidación de la piel y, con ella, el envejecimiento prematuro. Además, al recibir menos nutrientes, las células cutáneas no llegan a regenerarse. El tabaco también altera la producción de colágeno y elastina, dos sustancias que son responsables de mantener la piel joven. Este deterioro hace que la piel se reseque y sea menos elástica: pierde volumen, las arrugas aparecen de forma prematura y las existentes se hacen más profundas, especialmente alrededor de la boca y en las comisuras de los ojos. ¡Por algo hablamos de la «piel de los fumadores»!