La pérdida de densidad es uno de los primeros signos de envejecimiento. Nuestra piel empieza a adelgazar a partir de los 25 años y no hay vuelta atrás: esta parte del proceso de envejecimiento es inevitable. Se produce cuando la producción natural de ácido hialurónico empieza a ralentizarse y a mermar su calidad. Nuestra matriz extracelular pierde densidad, lo que hace que nuestros rasgos faciales tiendan a caer, el contorno pierde su definición y nuestra piel se vuelve más fina. También pueden empezar a verse pequeñas venitas. Entre los 30 y los 80, la regeneración de las células cutáneas cae un 50 %, lo que provoca el adelgazamiento de la epidermis. A la dermis le cuesta más sintetizar el colágeno, la elastina y el ácido hialurónico. Además de este adelgazamiento cutáneo, la barrera epidérmica se debilita y la piel se vuelve más vulnerable al impacto de los factores ambientales dañinos. Con todo ello, la piel madura se vuelve más frágil y fina, y puede dar la sensación de que va a romperse en cualquier momento.